Anteayer falleció Alfonso, hace relativamente poco tiempo Loyola. Ambos eran cara y cruz en cuanto a forma de concebir la política y el contacto con la realidad ciudadana, pero ambos me merecen el mismo respeto como personas, sin bien a Alfonso le tenía más afecto y aprecio, además de haber sabido de su enfermedad desde hace relativamente poco tiempo y haberla seguido.
Ambas muertes, de políticos de talla y raza (y relativamente jóvenes, todo hay que decirlo), ilustran perfectamente esa idea del XV que tanto rondaba la conciencia de Jorge Manrique, tal y como vemos en una de sus celebérrimas coplas:
"...y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos."
De Loyola, por unas cosas u otras, puedo hablar poco, ya que durante su época como ministra de Agricultura yo era "pequeño", y tengo pocos recuerdos (y muy difuminados) que no podría juzgar con equidad por ese hecho y por la distancia política que nos salva, pero de Alfonso sí recuerdo muchas más cosas, y tengo muchas más en común.
Porque Alfonso es un luchador de la generación de mis padres, y en el fondo, muy parecido a ellos. Nos unen dos pasiones a Alfonso y a mí: La política enfocada desde las ideas socialistas y la Historia Contemporánea. Especialmente recuerdo su no asistencia (según confirmé después, por cuestiones de la enfermedad) a un curso de Derecho Autonómico el pasado verano, y un debate en 59 segundos, cuando aún se atrevían a pasar por allí los políticos del PP y del PSOE... Se puede decir que, sin gustarme demasiado su oratoria, lo admiraba por su ejemplar tarea en el área autonómica en el PSOE (en momentos candentes, como el proceso catalán, el valenciano o el andaluz), y por sus trabajos de "fontanería" que en cierto modo conocí.
Siento profundamente ambas pérdidas, puesto que ambos, desde esferas opuestas, representan lo mejor de unas generaciones que nacieron en el franquismo y supieron adaptarse a la vida política posterior, cada uno en su estilo. Lo dicho... Requiscant In Pace.
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