Hace tiempo estuve enamorado de ti. Corría la primavera, y las manos iban y venían sobre la ausencia de ropa. Parecía que luchábamos contra la ADSL, MSN, Microsoft y contra cualquiera de las muchas compañías de telecomunicaciones del país y parte del extranjero... Reíamos por cualquier cosa, y nos caracterizaba la rapidez a la hora de abordarnos, mirarnos a los ojos, tocarnos, calentarnos por encima de la ropa en público y por debajo de ella en privado.
Eran tiempos de lujuria y novedad, de descubrimientos y ardientes deseos, que no mitigaban ni tan siquiera bajo el frío del Carnaval. Un portal no muy iluminado era nuestro mejor lecho; un sofá oscuro era el Paraíso. A veces discutíamos, y en esos casos los mensajes cortos corrían de un lado a otro, prestos a cabrearnos aún más, o a solazarnos en nuestro propio devenir.
Pero hoy todo es diferente. Tu y yo ya no somos los mismos, hemos cambiado. Hablamos, quedamos, e incluso hacemos el amor a veces. Hasta me mandaste aquella postal con guarradas en inglés para que ni tu madre ni la mía se enterasen. Pero ya... todo es diferente.
Porque hoy, a pesar de todo, sé que te quiero. Y que cuando escucho "cuántos cuentos cuento" o "deseo de cosas imposibles", pienso automáticamente en ti, aunque ni me pase las horas cantando ni me sienta como una flor en un despacho elegante. Y eso es algo que ni Ruth Benedict ni Tylor pueden ocultar, ni mucho menos remediar, Freud mediante.
Porque he aprendido a vivir con ello, porque "Son locuras de ley, pero no de juzgar"... y ahora puedo preguntarme sin ningún temor aquello de "quién fuera explorador".
22 de enero de 2007
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