En medio de la fiebre por el lamentable asunto de la megalopolis económica de Marbella, y todavía con la resaca de la tregua de ETA, nos ha llegado una noticia que, a pesar de ser algo totalmente habitual en la mayoría de los gobiernos democráticos, se ha convertido (y creo que se va a convertir) en uno de esos estallidos informativos de los cuales se escribirán y comentarán folios recargados de opiniones, reflexiones, teorías conspiratorias, reproches, alegrías y demás parafernalia mediática: La primera reestructuración del equipo de ministros del actual gobierno de España.
Y es que esta reestructuración, a pesar de ser algo normal y ampliamente democrático, ha pillado con el pie cambiado a muchos y no ha dejado indiferente a nadie, por tantas razones como comentaristas existimos en el país, opinión arriba, opinión abajo. En este caso, para variar, hay de todo, como en botica: Para las Nuevas Generaciones, bien representadas en boca de un siempre sonriente y bronceado Juan Parejo, la crisis es un ejemplo de la incapacidad y del viaje sin rumbo al cual está sometido el gobierno. Para la Guardia Civil, la salida de Bono del ministerio es una excelente noticia. Para el PNV, por fin adquiere el rango ministerial aquel que manejaba los hilos desde la sombra. Y para acabar de salirse de madre, sale un previsible Rajoy que, en un ejercicio de responsabilidad política e inteligencia electoral, nos hace leer entre líneas que el ministro del Interior entrante es la excusa perfecta para que su partido (Aznar mediante) pueda seguir clavado en el uso partidista del terrorismo etarra, al afirmar que no confía en Rubalcaba como ministro del interior.
A pesar de todo, el discurso ha cambiado. Porque, a pesar de la salida de tono de NNGG de Extremadura (una vez más), si algo está claro en todo esta crisis (y entiéndase tal vocablo como sinónimo de renovación, jamás como sinónimo de problema o conflicto) es que Zapatero sabe medir los tiempos muy bien, o, al menos, sabe prever los efectos y así rentabilizar los resultados, siempre bajo el horizonte existencial y la prueba de fuego que suponen los próximos comicios electorales que, como sabemos, son de carácter autonómico y municipal. Digan lo que digan los voceros de la oposición, esta es una actuación pensada y repensada, consultada internamente y fruto de la reflexión.
José Antonio Alonso, un ministro que da mucha confianza al electorado, y que ha realizado una muy buena gestión en el ministerio, pasa a relevar al veterano político José Bono al frente del Ministerio de Defensa. Una excelente jugada de un estratega nato (ya sea obra del mismo Bono, de Zapatero o de sus “fontaneros” de Moncloa), ya que el presidente del gobierno (que recordemos es a la vez el Secretario General del PSOE, y por tanto, tiene muchas responsabilidades orgánicas en el seno del partido) ha confesado, veladamente, que hará todo lo posible para que uno de los valores en alza del partido no abandone la política. Siendo las fechas que son, y después de protagonizar hechos claves para la reafirmación ideológica y paradigmática del PSOE, como fue la retirada de las tropas de Irak o la investigación de los incidentes del YAK-42, Bono es una inversión a medio plazo que, como dije antes, seguirá in crescendo.
Para cubrir este ministerio vacante se ha elegido a otro de los grandes valores del PSOE en esta legislatura: El flamante portavoz del grupo socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, muy curtido por las comparecencias ante los medios durante su etapa de Ministro Portavoz (en la última legislatura de González) y en las lidias internas y externas en los pasillos y salas del Congreso de los Diputados. Este es un nombramiento transparente, a pesar de la oscuridad que Rajoy detecta en su biografía (se ve que necesita un buen cirio en esta Semana, puesto que la cruz la lleva siempre consigo en forma de Santísima Trinidad), y que responde a un fin predeterminado: Poner a uno de los mejores negociadores de España al frente de este proceso de diálogo, que, por lo que parece, es definitivo. Es, además, uno de esos miembros del partido que han sabido aunar sus experiencias pasadas con una buena relación con las corrientes renovadoras, que han aguantado con buena presencia y mejor porte la lluvia de escombros de la sociedad mediática en los peores momentos. Sin duda, el objetivo a tener en cuenta es aumentar la popularidad del flamante ministro entrante más allá de su labor en el campo del poder legislativo.
El caso de la ministra de Educación, María Jesús San-Segundo, es bien diferente. Por todos es sabido que Mercedes Cabrera, una de las que en su día fueron en aquella amplia lista de ministrables, algún día saldría a la palestra pública. Era, sencillamente, una cuestión de táctica, de saber esperar el momento en el cual uno de los valores en la materia de Educación, Ciencia y Desarrollo Investigador (piezas angulares de la idiosincrasia y los programas electorales del PSOE) aportaría una nueva imagen al conjunto total del Gobierno. Es un soplo de aire nuevo, que, sin desmerecer en absoluto la ardua tarea de la ministra saliente, beneficiará al partido de cara a un futuro próximo que está por llegar, y, a la vez, es un proceso de publicidad para esta eminente catedrática de Pensamiento Político, que además, se haya muy vinculada a la Residencia de Estudiantes, uno de los iconos del regeneracionismo y del germen intelectual de la II República. Todo un guiño a este año tan especial.
Podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que este recambio ministerial tiene un doble efecto: Un efecto eminentemente político, que es el de continuar con la senda marcada desde aquel día en el cual se aprobaron las líneas de actuación del gobierno en materia antiterrorista y otro efecto eminentemente táctico, que es la retirada a tiempo de Bono y la aparición estelar de una nueva cara en el ejecutivo.
Una actitud política como esta, respaldada por una profunda reflexión y una inminente capacidad de reacción y operatividad es un buen ejemplo de cómo hacer una eficaz Política de Estado, en mayúsculas. Y si protestan, es que vamos bien.
8 de abril de 2006
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