Este año hemos tenido la oportunidad de celebrar el 75 aniversario de la proclamación de la II República Española. Muchos siguen tratando de ocultar el ruido, pero los ecos de esa primavera de 1931 siguen resonando en nuestros días. Es digno de recordar y de celebrar, porque, le pese a quien le pese, la II República Española fue el primer intento democrático que salió medianamente bien en la cambiante Historia Contemporánea de España.
Es digna de ser recordada porque supuso la primera respiración de democracia real y participativa en un país que había vivido más de un siglo inmerso en revoluciones, contrar-revoluciones, guerras y enfrentamientos civiles mientras que el pueblo, esa mayoría de población que no era ni cura ni militar de elite ni adinerada, vivía en ruinosas condiciones y en la más completa de las ignorancias. Por primera vez en la historia de España se dieron las condiciones políticas, jurídicas e institucionales para permitir sufragio universal (en esos momentos masculino, aunque por poco tiempo), tal y como venían demandando los partidos democráticos europeos y la mayoría de los defensores del liberalismo democrático, tan alejado de lo que muchos entienden hoy por liberalismo.
Es digna de ser recordada porque por fin (a pesar de tener el precedente ideológico y legal de la I República) se llegaba al límite de la democracia real que los revolucionarios franceses proclamaban con sus gritos de “Egalité, Liberté et Fraternité”, puesto que por fin la eliminación de los privilegios llegó hasta su última consecuencia: Poder elegir la representación oficial del Estado Español, sin tener que permitir privilegios de sangre de ninguna familia.
Es digna de ser recordada por el esfuerzo en materia de infraestructuras que se acometió desde el gobierno democrático del Estado, por las iniciativas laicas (que por suerte fueron mínimamente recogidas en la actual Constitución, y que ahora se están desarrollando poco a poco), por el gran avance en la educación y en la cultura, por los múltiples intentos de colocar al poder militar bajo la disciplina del mandato civil, por afrontar valientemente un tema crucial para la España rural y ruralizante de la época como era la Reforma Agraria…
Por todo esto, y por tantas otras cosas, incluidos los fallos (puesto que ningún sistema es perfecto, ni debemos pretender que lo sea), la recordamos con respeto y con un juicio de valor justo y serio, no exento de críticas y reflexiones, sin nostalgias rancias y sin pretensiones de buscarla de nuevo. Porque otra II República es, sencillamente, imposible.
Lo que sí debemos buscar es la vigencia de esos valores republicanos. Porque los valores republicanos, sacados en buena parte de la “Déclaration des droits de l’homme et du citoyen “ y encarnados perfectamente en términos como igualdad, libertad, aconfesionalidad, derecho ciudadano, justicia real, democracia participativa y otras tantas, son la única forma de crear una base de ciudadanos comprometidos con el Estado (la res publica latina), un republicanismo cívico que puede ser, y esta vez sí, la verdadera base de una nueva República. La III.
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Gracias por la oportunidad, Isra.
4 de octubre de 2006
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2 comentarios:
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