No siempre uno tiene la suerte de conversar de tú a tú con una ministra del gobierno de España, o de ser preguntado por el vicepresidente del
CSIC sobre diferentes cuestiones. Tampoco es habitual ser un invitado de honor en un organismo con el CSIC, y sentarse el cuatro en la primera de fila de un acto público por cuestiones protocolarias. ¿Qué me decís de ser entrevistado por TeleMadrid (no sé si he roto algún boicot)? Tampoco es habitual ver que gente de generaciones anteriores comparte la misma visión sobre la historiografía marxista que yo…
Pues
todo esto lo he vivido
en un día. El pasado 11 de Abril, por fin, (a pesar de todo), recibí de manos de Mercedes Cabrera el diploma que me acredita como merecedor del Premio Nacional de Bachillerato correspondiente al curso 2004/2005. Todo ello en un sencillo acto en el Salón de Actos del edificio principal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (sí, al lado del Archivo Histórico Nacional). Los 15 premiados nos hallábamos en esa sala, todos alumnos brillantes y ahora universitarios, unidos en nuestras diferencias, porque la verdad, allí había de todo: Desde leoneses bien trajeados hasta un pamplonés en camiseta. Pero todos con un denominador común que me sorprendió en la mayoría de los casos:
Pasión por aprender, pasión por hacer cosas. Allí, quien más y quien menos escribía, dibujaba, desempeñaba funciones representativas, tenía blog (jejeje) o cosas similares. Y eso es lo que creo que nos hizo los “mejores estudiantes” de nuestra promoción:
Nuestra forma de entender el aprendizaje, no sólo como fruto del estudio, sino como fruto de la experiencia y la actitud abierta. Un saludo a
Isra (por fin), a Pablo (el ateo masón de letras), a Laura (una vitoriana en Valladolid), a Rebeca (teleco sin complejos), a Alberto (tampoco le gusta Telemadrid) y a Fernando (amigo de extremeños ilustres, jeje). Especial ilusión me hizo ver que el los cuatro primeros premiados estudiamos letras y/o ciencias jurídicas.
Tras la media hora escasa del acto, y tras una charlita con la ministra (la periodista de Telemadrid luego me dijo que cómo es que hablaba tan amigablemente con la ministra), me abordó el Vicepresidente de Investigación del CSIC. Muy simpático el hombre, me preguntó que qué estudiaba, etc, etc… Y comenzamos a hablar del organismo, y, ni corto ni perezoso, le pregunté qué implantación tenía en nuestra tierra, Extremadura. Intentando escurrir el bulto, me comentó que era una de las CCAA en las que menos actuaban, ya que sólo tenían el Instituto de Arqueología, en Mérida. Yo lo animé a contribuir al desarrollo de la i+D en la comunidad, ya que Extremadura está siendo puntera en muchas cosas. Me sorprendió porque se mostró de acuerdo, y hablamos de TIC’s, Linex, desarrollo rural y de fanatismo tecnológico casi mesiánico. Ambos coincidimos: las TIC’s no son un fin, sino un medio nuevo.
Lo interesante de todo esto es ver cómo
mi generación ya no tiene miedo de hablar de su tierra. Ya no nos asusta hablar de su
universidad, ni de su gente, ni de sus monumentos, ni de sus éxitos y fracasos. Ya no tenemos complejos. Y así, sin complejos es la única manera de hablar de igual a igual. Y a pesar de la amplia distancia generacional y científico-investigadora que nos separa, admitió que Extremadura era puntera. ¿Alguien imaginaba eso hace 20 ó 10 años? Hay cosas que no tienen precio, pero sí valor. Y para mí esta charla tuvo mucho valor.
La visión de nuestra tierra de puertas para afuera ha cambiado. Es una lástima que algunos de los que siguen dentro no sean capaz de admitirlo, porque verlo, lo ven.