Anteayer, el doble premiado con Nobel y Príncipe de Asturias Al Gore, el que tendría que haber sido el sucesor de Clinton como habitante de la White House (la de problemas que nos habríamos ahorrado en el mundo), presentó su programa medioambiental ante 200 personalidades (o no tanto) del país, para hacerlos embajadores de sus ideas, su programa "Clima".
Si bien tiene un tinte mesiánico que no me gusta demasiado, creo que Al Gore está concienciando, poco a poco, lugar a lugar, y, por supuesto, con mucho dinero de por medio, a la población de algo que ocurre, digan lo que digan algunos que aspiran a gobernar: El clima está cambiando y quizá tenemos mucho más de ver en ello de lo que nosotros creemos.
Que el clima está cambiando no es nuevo. Sólo con tomar un manual cualquiera de Prehistoria podemos observar como dividimos el tiempo del momento en torno a cuatro momentos glaciales y a sus periodos interglaciares, es decir, en torno a cuatro cambios climáticos que asolaron la tierra. Por tanto, siempre he creído que negar tal cuestión es algo demasiado temerario, cuando no directamente infame y estúpido.
Lo que sí me parece interesante es el debate sobre si el ser humano y su actividad son capaces de acelerar y/o condicionar tales cambios, contraviniendo la propia tendencia natural. A pesar de la disparidad de los estudios científicos que podemos encontrar al respecto, creo que sólo la simple idea de que sea cierto debe hacernos reflexionar globalmente, y debe hacer que los estados tomen medidas, que, seguramente, nos serán mucho más sanas como conjunto. Y he ahí la importancia de Gore y su programa, que, además, podríamos entender en clave política, aunque todas las fuentes lo niegan. En todo caso, quién hubiera podido estar en Sevilla viendo al Nobel, intercambiando opiniones sobre un hecho tan interesante como trascendental para nuestro futuro.