3 de enero de 2009

Un año más.


Decimos los historiadores que siempre tiene que pasar un tiempo para que el análisis de un fenómeno, un acontecimiento o un simple hecho histórico pueda llevarse a cabo con la mayor objetividad de entre todas las posibles. Yo a veces tengo serias dudas sobre este paradigma historiográfrico, ya que la distancia temporal sólo apaga los sentimientos existentes. Cuando uno contempla la realidad histórico como un ser y no como un deber ser, la objetividad (toda la que puede salir de un ser humano con historia personal, vida propia y gustos e ideología) es posible, se estudie la revolución conservadora americana o el yacimiento de Atapuerca. No obstante, la mejor forma de ser objetivo es ser honesto, y en dicha honestidad radica el hecho de saberse sujeto, de saberse subjetivo pues lo único objetivo es el objeto de estudio, valga la redundancia. Porque nuestra labor no debería ser narrar, ni enumerar acontecimientos, ni ser meras máquinas reproductoras de datos.

Nuestra labor ha de ser más profunda, más dinámica, y, sobre todo, más consciente. Hemos de tender a ascender al nivel de lo analítico, de lo subyacente, de las ideas, de las causas y de las consecuencias. Porque sólo así, entendiendo cómo ha operado a veces una sociedad, un estado o un ser humano concreto podremos entender el presente, antes de que llegue a convertirse en ese pasado que suele (y subrayo este último verbo) ser nuestra fundamental área de estudio. Y, por supuesto, entendiendo lo que ocurre en el presente, en este momento mismo, podremos ser capaces, si no de dar respuestas a lo que está por venir, sí de plantear las preguntas adecuadas. Siendo conscientes de la inexistencia de las verdades absolutas, que harían de la disciplina un páramo aburridísimo, como algunos quieren dibujar desde posiciones totalitarias.

Desde esa objetividad subjetiva, y con esa pretensión de comprender lo pasado para entender lo demás, son sólo algunos los que hacen Historia. Se hace Historia con un método, con unas herramientas, con unos rudimentos y unos principios, desde unos presupuestos mentales determinados. En tamaña tarea, para la que hace falta saber mucho más que una marea de fechas y una montaña de nombres, tiene vital importancia las parcelas del tiempo y espacio que, artificialmente, nos hemos dado. Porque el espacio y el tiempo, en tanto tales, son constantes en el trabajo del historiador, y no nos queda más remedio que diseccionarlos para así poder contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, al progreso de la disciplina.

Una de las divisiones en la constante tiempo es el año. Un año, la cantidad de tiempo que tarda nuestro planeta a la estrella de nuestro sistema solar. Un año, medida cómoda para el humano, ni muy corta ni muy larga, por más que estos adjetivos, por el hecho de serlo, tengan valores variables, tanto casi como cada persona.

2008. Un año que hemos dejado atrás, todos y cada uno de nosotros, por una pura convención seguida desde antaño. Un año en que hemos conocido éxitos, triunfos, sinsabores o malos momentos. Por mí parte, sólo decir que, a pesar de todo lo malo que hay podido ocurrir, me quedo con que he conocido gente maravillosa, he entendido que las revoluciones y los cambios viables surgen necesariamente desde dentro de lo que queremos modificar, he obtenido unos resultados académicos bastante satisfactorios y, sobre todo, he aprendido de mis errores. Este año, sólo un deseo: Saber cómo ser decente en tiempos indecentes.

3 comentarios:

Malo Malísimo dijo...

Cuando aprendas como, me lo dices que yo tambien quiero saber ser decente, dentro de unos límites claro está, más que nada, por no volver a ser el gili de turno

Paco Centeno dijo...

Comparto contigo que las revoluciones desde dentro son más efectivas, pero lentas, muy lentas. Los cambios apenas trascienden.
Buen deseo, espero que lo consigas porque son tiempos muy indecentes.
Un abrazo.

Paco Centeno dijo...

A propósito, ¿dónde fue hecha esa foto?. Estás posando.